martes, 3 de octubre de 2017

EL ARTE MUDÉJAR

El arte mudéjar, estilo artístico propio y particular de la historia de España, constituyó un punto de encuentro entre la Cristiandad y el Islam. Su aparición y desarrollo fue posible gracias al fenómeno social que supuso la convivencia pacífica de tres culturas, la cristiana, la musulmana y la judía
La principal aportación del arte islámico al arte hispano es la decoración de yeserías, las maderas labradas y la decoración en general sobre el ladrillo, que es el material utilizado principalmente. Este material se utiliza en los muros, pero también en los elementos sustentantes como los pilares. Las cubiertas suelen ser de madera recubierta en ocasiones con yeso decorado (yeserías).
Enmarcando los pórticos se coloca el alfiz, se utilizan arcos polilobulados en patios, se añade el pasillo de vigilancia en las murallas y se desarrollan los baños públicos, todo ello es aportación musulmana. Encontramos este arte en Iglesias, Palacios, Castillos, murallas,...
Serán las juderías (barrios judíos) las que en mayor medida utilicen estas formas islámicas. No colocan decoración figurada, pero hacen inscripciones en los muros de las Sinagogas, siguiendo los modelos del arte árabe. Se establecen cuatro etapas en el Arte Mudéjar que coinciden con las corrientes que se desarrollan cronológicamente en paralelo:

.ROMÁNICO MUDÉJAR:

Principalmente en zonas ya reconquistadas de Castilla-León a partir del siglo XII, aunque en el siglo XI hay algunas construcciones que ya muestran esta influencia islámica. Influirá en otros artes como el románico portugués y francés.

“San Tirso de Sahagún” (s. XII, León) Con ábside central abovedado sobre el que se levanta la torre rectangular con tres cuerpos de ventanales, los dos inferiores en forma de arco y el superior adintelado, su tamaño se reduce con la altura.
 
Es original por su base tronco piramidal

GÓTICO MUDÉJAR:
También se desarrolla en Castilla-León entre los siglos XIII-XIV. Es en este estilo en el que encontramos más influencia sobre construcciones judías. En Toledo encontramos otras edificaciones de esta etapa además de las analizadas más abajo, como la muralla, varios palacios, ...


“La Puerta del Sol” (s. XIV, Toledo) que se abre en la muralla de mampostería, realizada en ladrillo en forma de arco de herradura inscrito en un arco de herradura apuntado. En el cuerpo del arco encontramos decoración de arcos de herradura poli lobulados entrelazados. Construida por orden de los Caballeros Hospitalarios.








MUDÉJAR ANDALUZ: 
Se desarrolla en Andalucía entre los siglos XIV y XV y se extiende también a Extremadura


“Alcázar de Sevilla” (s. XIV, Sevilla), conocido también como "Reales Alcázares", realizado por mandato de Pedro I el Cruel de Castilla. Se realizó sobre una antigua construcción almohade de la que aprovecha algunos elementos.Destaca su salón de Embajadores, lleno como todo el edificio con una sobrecargada decoración de mocárabes.











 la cúpula que lo cubre el salón de Embajadores

MUDÉJAR ARAGONÉS:
Se desarrolla en paralelo al andaluz entre los siglos XIV-XV, del que recibe influencias, destacando Teruel como foco de este estilo. Decora interiores y exteriores con cerámica vidriada de origen nazarí. Las torres de las iglesias imitan los minaretes de base cuadrada y en las murallas sitúan estas torres a los lados de las puertas de acceso que abren un gran vano.

Torre de San Martín” (s. XIV, Teruel), está inspirada en los minaretes islámicos. Se trata de dos torres concéntricas entre las cuales hay una escalera. La torre interior tiene tres pisos y está cubierta por bóveda de crucería

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lunes, 2 de octubre de 2017

Expulsión de los judíos de España

La expulsión de los judíos de los territorios de Castilla y Aragón, en 1492, es uno de los asuntos más debatidos entre los que sucedieron a lo largo del reinado de los Reyes Católicos. Ante todo, es importante señalar que no se trató de un hecho que fuera único o exclusivo de la monarquía hispánica. Ciertamente, a lo largo de la Edad Media, esta comunidad religiosa ya sufrió la expulsión en otros Estados. Sin embargo, a pesar de esto, quizá por las consecuencias que tuvo para España, por el número de personas que resultaron afectadas o por las dudas que existen sobre algunos aspectos, hacen que el caso de España sea más controvertido que los demás.
En 1478, los Reyes Católicos decidieron introducir el Tribunal de la Inquisición en Castilla y, con posterioridad, en Aragón. Aunque el Tribunal de la Inquisición existía desde el siglo XIII, el que ahora se creaba en la monarquía hispánica dependía directamente de los reyes, no del Papa. Su principal misión sería controlar a los conversos, investigando aquellos casos sobre los que existían dudas de que se hubiera producido un Bautismo sincero. Tras varios años actuando, los inquisidores se convencieron de que, para terminar con el problema de las falsas conversiones, había que impedir que los conversos pudieran tener contacto con los judíos, evitándoles, así, la tentación de volver a practicar su antigua religión. De esta forma, las Cortes de Toledo decidieron, en 1480, que los barrios judíos debían estar apartados físicamente de los cristianos, por lo que ambas zonas debían estar separadas por gruesas murallas. Además, se les obligó a llevar en sus ropas una señal roja, un distintivo que los identificara como pertenecientes a la comunidad hebraica.
Y también en 1420 se intensifico la investigación sobre los conversos, y la Inquisición llegó a interrogar a miles de sospechosos y de testigos, llegando a la conclusión de que la mayoría de los conversos seguían siendo judíos practicantes. La situación para los judíos se iba complicando cada vez más, hasta llegar a ser angustiosa, en 1490, cuando se produjeron varios casos de acusaciones falsas sobre ellos. El caso más llamativo fue el conocido como el del "Santo Niño de la Guardia", especialmente grave, puesto que se acusó a un grupo de judíos y de conversos de la localidad de La Guardia, en Toledo, de secuestrar, torturar y crucificar a un niño el Viernes Santo de aquel año. El caso tuvo tal repercusión, que pasó a manos del Inquisidor General, fray Tomás de Torquemada. Su sentencia fue aleccionadora, pues determinó que los responsables del crimen debían ser ejecutados.

Sin embargo, a pesar de sus grandes esfuerzos, las medidas de la  Inquisición no fueron suficientes para solucionar el problema del odio hacia los judíos y a los conversos. Así pues, había que tomar una medida más drástica. Y esa medida no fue otra que expulsar a los judíos que no quisieran bautizarse.
 A los Reyes Católicos les costó muchísimo tomar semejante decisión, una de las más difíciles de su reinado, pues eran conscientes de la importancia de esa comunidad religiosa, no sólo en el ámbito general de sus dominios, sino también en el personal (ya hemos comentado que sus médicos eran de origen judío, aunque lo más importante, quizá, eran las aportaciones económicas que los Reyes Católicos recibían de los judíos, fundamentales, por ejemplo, en la Guerra de Granada). Sin embargo, por otro lado, Isabel y Fernando también pensaban que la unificación religiosa era algo indispensable para fortalecer la cohesión entre sus súbditos. Ciertamente, si toda la población de Castilla y Aragón pasaba a pertenecer a la comunidad cristiana, se evitarían conflictos sociales, como los que se habían producido desde finales del siglo XIV. Todo esto, además, ayudaría también a reforzar la autoridad de los Reyes, siendo esto último, en definitiva, el objetivo fundamental de los monarcas que reinaron a principios de la Edad Moderna.
Así pues, los Reyes Católicos, el 31 de marzo de 1492, publicaron el Edicto que obligaba a todos los judíos a abandonar España en el plazo máximo de cuatro meses. Sólo aquellos que optaran por bautizarse podrían seguir viviendo en los dominios de Isabel y Fernando. También se alertaba a los cristianos, para que no ayudasen a los judíos a incumplir lo establecido en el Edicto, puesto que, en caso contrario, perderían todas sus pertenencias. En cuanto a los judíos que decidieran exiliarse, podrían vender sus bienes, pero se les prohibía llevar consigo metales preciosos o monedas. De esta forma, el beneficio de la venta de sus casas, por ejemplo, no quedó plasmado en dinero, sino en letras de cambio que podrían canjear por dinero cuando llegaran a sus destinos. En esta última medida, comprobamos que no existió en Isabel y Fernando una intención económica: no quisieron lucrarse a costa de los judíos. De haber sido así, no les hubieran permitido vender sus bienes, aunque, por supuesto, los judíos sufrieron todo tipo de abusos por parte de los compradores particulares, que esperaron hasta última hora, cuando se terminaba el plazo de los cuatro meses, para comprarles unos bienes que, por entonces, habían alcanzado un precio muy por debajo de su valor real.

martes, 19 de septiembre de 2017

Isabel I de Castilla

Resultado de imagen para ISABEL I CASTILLAPocas mujeres han reinado en España en calidad de reinas propietarias. Una de ellas, Isabel I fue determinante para la historia de los reinos de la Península Ibérica. Demonizada por unos, santificada por otros, lo cierto es que la Reina Católica fue una reina que gobernó con mano de hierro y basó su vida en la inteligencia, la cultura y una ferviente fe. Su decisión la llevó a casarse con Fernando de Aragón aun desobedeciendo al rey de Castilla, su hermano; su determinación la colocó en el trono; su fe la llevó a conquistar el último reducto moro de la península y su intuición favoreció a Cristóbal Colón quien recibió el apoyo incondicional de una reina que vivió a caballo de los tiempos medievales y la Europa humanista.



Biografía
Nace en Madrigal de las Altas Torres, España, 1451 - Medina del Campo, id., 1504) Reina de Castilla y León (1474-1504) y de la Corona de Aragón (1479-1504). Hija de Juan II de Castilla y de Isabel de Portugal, Isabel la Católica tenía sólo tres años cuando su hermano Enrique IV ciñó la corona castellana (1454).
En 1468 Enrique IV, hombre de carácter débil e indeciso, reconoció a la princesa Isabel como heredera al trono en el pacto de los Toros de Guisando, con lo cual privó de sus derechos sucesorios a su propia hija, la princesa Juana. La maledicencia suponía que la princesa Juana era en realidad hija de Enrique Beltrán de la Cueva, duque de Alburquerque; de ahí su sobrenombre de Juana la Beltraneja.
Con el objetivo de consolidar su posición política, los consejeros de Isabel la Católica acordaron su boda con el príncipe Fernando, primogénito de Juan II de Aragón, enlace que se celebró en secreto, en Valladolid, el 19 de octubre de 1469. Al año siguiente, molesto por este matrimonio, Enrique IV de Castilla decidió desheredar a Isabel y rehabilitar en su condición de heredera a Juana la Beltraneja, que fue desposada con Alfonso V de Portugal.
La consecuencia fue que, a la muerte del rey (1474), un sector de la nobleza proclamó a Isabel soberana de Castilla, mientras que otra facción nobiliaria reconocía a Juana (1475), lo cual significó el inicio de una sangrienta guerra civil. A pesar de la ayuda del monarca portugués a la Beltraneja, el conflicto sucesorio se decantó a favor de Isabel en 1476, a raíz de la grave derrota infligida a los partidarios de Juana por el príncipe Fernando de Aragón en la batalla de Toro.
Los combates, sin embargo, se sucedieron en la frontera castellano portuguesa hasta 1479, en que el tratado de Alcaçobas supuso el definitivo reconocimiento de Isabel como reina de Castilla por parte de Portugal, además de delimitar el área de expansión castellana en la costa atlántica de África. Aquel mismo año, por otra parte, el óbito de Juan II posibilitó el acceso de Fernando II de Aragón al trono de la Confederación catalanoaragonesa, y la consiguiente unión dinástica de Castilla y la Corona de Aragón.

Las líneas maestras de la política conjunta que desarrollaron Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón (que pasarían a la historia como los Reyes Católicos, título concedido en 1494 por el papa Alejandro VI) fueron el afianzamiento y la expansión del poder real, el estímulo de la economía, la conclusión de la reconquista a los musulmanes de todo el territorio peninsular y el fortalecimiento de la fe católica.
En el aspecto económico, Isabel la Católica saneó la hacienda pública merced a un estricto sistema fiscal e incentivó el desarrollo de la ganadería ovina y del comercio lanero. Además, supo canalizar la tradición militar y expansiva de Castilla hacia la conquista del reino nazarí de Granada, último bastión islámico en la Península (1492), y la guerra contra los musulmanes norteafricanos, a los que arrebató Melilla (1497). Con todo, el mayor logro de la política exterior isabelina fue, sin duda, el apoyo a la expedición que culminaría con el descubrimiento de América por Cristóbal Colón (1492).
En materia religiosa, por último, Isabel la Católica llevó a cabo una profunda reforma eclesiástica con la ayuda del cardenal Cisneros, creó el tribunal de la Inquisión para velar por la ortodoxia católica (1478) y culminó el proceso de unificación religiosa con la expulsión de los judíos (1492) y los mudéjares (1502). A su muerte, acaecida el 26 de noviembre de 1504, el trono castellano pasó a su hija Juana la Loca (Juana I de Castilla), madre del futuro rey y emperador Carlos.


La princesa que no tenía que reinar
No estaba destinada a ocupar el trono, pero su determinación le permitió conquistarlo. Ya dueña de la corona, ejerció por sí misma el poder y llevó al reino de Castilla a la cúspide de su prestigio. Cuando nació su hija, Isabel, el rey Juan II de Castilla ya tenía un hijo varón de veinte años, Enrique (apodado más tarde el Impotente), nacido de su primer matrimonio con María de Aragón, y sería él quien, tras años más tarde, en 1454, le sucedería en el trono. Cuando esto ocurrió, la princesa Isabel fue enviada junto a su madre, Isabel de Portugal, a Arévalo, lejos de la corte y cerca de Medina del Campo, a cuyo castillo de la Mota se sentiría siempre estrechamente vinculada. Pese a esta aparente marginación, Isabel recibió una esmerada educación de acuerdo con lo que se esperaba que aprendiera una princesa del momento.
Desde pequeña vivió rodeada por un excelente grupo de damas de compañía y tutores, designados directamente por su padre antes de morir, entre los que se encontraban algunas de las figuras que con el tiempo estarían llamadas a desempeñar una importante función en su vida y su reinado, como Lope de Barrientos, Gonzalo de Illescas, Juan de Padilla, Gutierre de Cárdenas y fray Martín de Córdoba. De ellos recibió una formación humanística basada en la gramática, la retórica, la pintura, la filosofía y la historia. Nadie supo a ciencia cierta los motivos por los que su hermanastro, que nunca se había preocupado demasiado por ella, decidió llamarla junto a él en 1462, poco antes del nacimiento de su hija Juana, con quien estuvo enfrentada.

Aconsejada por el arzobispo Alfonso Carrillo, Isabel tomó como pretendiente matrimonial al candidato aragonés, Fernando, hijo y heredero, como ella, de otro Juan II. Todo se llevó en el más absoluto secreto. El 5 de septiembre de 1469, Fernando partió de Zaragoza disfrazado de criado y acompañado por tan sólo seis personas. Cuatro días después tenía lugar la ceremonia nupcial, que incluyó la bendición también en el sentido político, del arzobispo Carrillo. Al día siguiente, como era preceptivo, el matrimonio fue debidamente consumado en la cámara nupcial ante un selecto grupo de testigos.La princesa contaba entonces diez años. ¿Pensó quizá que era preferible tenerla cerca y bien controlada? La inestabilidad política en Castilla crecía por momentos debido a las desavenencias entre el monarca y algunos magnates del reino, capitaneados por el arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo. Las tensiones llegaron a su punto extremo en 1465, cuando los nobles impusieron al rey un humillante conjunto de medidas que limitaban su poder. Una de las exigencias que Enrique IV debió aceptar fue que la princesa Isabel se alejara de la corte y tuviera casa propia en el Alcázar de Segovia. Tan sólo tres años después, el propio Enrique aceptó un pacto -materializado en una venta cercana a los Toros de Guisando, cerca de Ávila- por el que, a cambio de que sus adversarios aceptaran su continuidad en el trono, reconocía a Isabel como legítima sucesora en la corona de Castilla.

Los cronistas oficiales presentaron su encuentro como un amor a primera vista. Pero, por supuesto, Fernando tenía tantos intereses políticos en ese matrimonio como los que pudiera tener su esposa. Una fría mañana del 12 de diciembre de 1474 llegó al Alcázar de Segovia, donde habitaba la pareja, la noticia de que Enrique había muerto. Al día siguiente, Isabel I se autoproclamó con toda solemnidad reina de Castilla y envió cartas a las principales ciudades del reino exigiéndoles obediencia. Pero el camino distaba mucho de quedar expedito. A las pocas semanas, su sobrina Juana hacía lo mismo, Y no sólo eso: negociaba con su tío, el belicoso rey Alfonso de Portugal, un contrato matrimonial que permitiera unir las fuerzas de ambos reinos con el objetivo de defender sus derechos. Comenzaba así una sangrienta guerra por el trono castellano que no finalizaría hasta septiembre de 1479, con los tratados de Alcáçovas y Moura. La victoriosa Isabel I exigió que su sobrina renunciara al matrimonio con Alfonso y entrara como monja en el convento de las clarisas de Coimbra. Con ello, la reina pretendía garantizar a cualquier precio que su rival no tuviera descendencia
La heredera de su hermano
La dudosa legitimidad de Juana y el descontento de algunos nobles con el gobierno del rey hicieron peligrar su corona. Sus enemigos quisieron utilizar a sus hermanastros para destronar a Enrique. Primero fue Alfonso, el hermano pequeño de Isabel, quien fue proclamado rey en la conocida como “la farsa de Ávila”. Era el 5 de junio de 1465 y el pequeño infante tenía poco más de 12 años. Tres años después, el 5 de julio de 1468, moría en extrañas circunstancias. Fue más que probable que muriera envenenado.

Frustrado el intento de deponer al rey utilizando a su hermano, los nobles rebeldes pusieron la mirada en la joven Isabel quien, a pesar de la insistencia, nunca aceptó proclamarse reina, al menos mientras su hermano aún viviera.

Sin embargo, Isabel sí que aceptó ser proclamada Princesa de Asturias en la ceremonia celebrada junto a los verracos prehistóricos conocidos como los Toros de Guisando, el 18 de septiembre de 1468. Con esta decisión, Enrique no sólo relegaba a su propia hija de la línea sucesoria, sino que daba la razón a quienes no la consideraban como legítima. Aunque Isabel consiguió una gran victoria en Guisando, tuvo que aceptar una importante condición. Sólo podría casarse previo consentimiento del rey, su hermano.

Una boda en entredicho

Como Isabel no estaba destinada a ser reina, desde pequeña se planteó su existencia como una baza más de la corona para establecer importantes acuerdos con otras monarquías o con alguna casa aristocrática mediante su matrimonio.

Muchos fueron los candidatos, a los que Isabel fue rechazando sistemáticamente. Alfonso V de Portugal, su hijo Juan, el duque de Guyena, hermano de Luis XI de Francia, fueron algunos de los grandes nombres que Isabel no aceptó como maridos. Incluso en una ocasión, cuando tenía 16 años y fue comprometida a un noble mucho más viejo que ella, don Pedro Girón, se dice que rezó tanto que en el camino a su encuentro que murió de un ataque de apendicitis. Aunque podría haber sido la ayuda de su incondicional amiga Beatriz de Bobadilla la causa de la liberación de Isabel.

Isabel decidió entonces casarse con su primo Fernando, hijo de Juan II de Aragón. El 5 de marzo de 1469 se firmaban las capitulaciones matrimoniales con una supuesta bula papal que autorizaba dicha unión. Todo el proceso se hizo en secreto y a espaldas del rey. Mientras Isabel escapaba a la estricta vigilancia de Juan Pacheco, Fernando viajaba hacia tierras castellanas disfrazado de mozo de mula de un grupo de comerciantes. El 19 de octubre de 1469 Isabel y Fernando se casaban en Valladolid.


Esa boda supondría en el futuro una unión de facto de dos coronas peninsulares y abrían el camino para una futura unión de toda la Península en manos de su bisnieto Felipe II.

Isabel y Fernando formaron una pareja excepcional. Cada uno reinaría en su territorio y ambos se complementarían en el gobierno de sus reinos.

Enrique IV no aceptó la unión e intentó disolverla aduciendo que no existía ninguna bula papal que la bendijera. Pero el Papa Sixto IV hizo pública una bula que alejaba toda duda sobre su legalidad. El rey ofendido decidió entonces volver a nombrar a su hija Juana heredera de Castilla y casarla con el rey portugués Alfonso V.

La reina católica
El 11 de diciembre de 1474 moría Enrique IV, quien pasaría a la historia con el triste apodo de “El impotente”. Tan sólo dos días después, y defendiendo su derecho al trono, Isabel salió decidida del Alcázar de Segovia en dirección a la Iglesia de San Miguel y se proclamaba a sí misma reina de Castilla.

Aquel golpe de efecto llevó a una inexorable división del reino entre los partidarios de Juana, la última heredera del monarca fallecido y los defensores de Isabel, Princesa de Asturias según el pacto de los Toros de Guisando. Empezaba entonces una cruenta guerra civil que terminaría dos años después con Isabel como vencedora tras la victoria de su marido en la Batalla de Toro.

Un reinado de mano firme
Isabel gobernó de manera estricta su nuevo reino. Alejó a los nobles del poder, mejoró la administración del reino, saneó sus finanzas e hizo mejorar la seguridad de sus súbditos con la creación de la Santa Hermandad.

Mujer piadosa, quiso transmitir su profunda fe a su reino, no en vano, el Papa Alejandro VI le otorgó a ella y a su marido el título de Reyes Católicos mediante la bula Si convenit de 19 de diciembre de 1496. Una fe que la llevó a instaurar el Tribunal de la Santa Inquisición primero en Castilla y más tarde en Aragón, a firmar el decreto de expulsión de los judíos y terminar la reconquista iniciada siete siglos atrás con la toma de Granada.

Isabel I compartió con Cristóbal Colón la visión del navegante al que protegió y ayudó en su aventura oceánica.

Una frágil herencia
Isabel la Católica reinó durante 30 años. En todo ese tiempo puso las bases de un reino que, para su desgracia, veía desaparecer uno tras otro a sus herederos.

Isabel tuvo cinco hijos. Isabel (1470-1498), casada con Manuel I el Afortunado de Portugal, murió al dar a luz a su hijo Miguel. Este se convertiría entonces en la esperanza de la reina; una esperanza que se vería diluida con la muerte del infante poco tiempo después.

Juan (1478-1498) se casó con Margarita de Austria a la que dejó viuda al poco de contraer matrimonio. A pesar de estar embarazada, un aborto volvió a sumir a la reina en la desesperación.

Sería la tercera hija, Juana (1479-1555) la que terminaría soportando el peso de la corona en un reinado turbulento que no llegó a protagonizar. Su supuesta locura la recluyó en Tordesillas.

Isabel también sufriría por su última hija, Catalina (1485-1536), viuda de Arturo de Gales y a la espera de un destino incierto en las lejanas tierras inglesas. Solamente María (1482-1517), su penúltima hija, casada con el viudo de su hermana Isabel, Manuel de Portugal, llegaría a tener diez hijos, entre ellos la emperatriz Isabel, esposa del emperador Carlos V.

En mi opinión Isabel I de Castilla fue una de las mujeres más influyentes de aquella época y de de España, que era muy inteligente al obtener un trono que pudo no pertenecerle. En este texto se menciona su vida y grandes acontecimiento. No obstante, retomo lo de la entrada anterior de  los matrimonios de sus hijos. 



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jueves, 7 de septiembre de 2017

Reyes Católicos
(matrimonios)
Resultado de imagen para reyes católicos isabel y fernando
En esta entrada dejo información de los Reyes Católicos y su familia (matrimonios), también platicando de Enrique VIII.
19 de octubre de 1469. Boda entre Fernando de Aragón e Isabel de Castilla.
Después de la imposibilidad para obtener una dispensa papal,  un documento firmado por el Papa Paulo II (1464-1471) que autorizase el matrimonio, dado que los abuelos de los dos contrayentes eran hermanos y, por consiguiente, ellos eran primos, consiguen casarse. Falsifican una bula que supuestamente les daba el permiso para contraer matrimonio.
La pareja se encuentra de manera clandestina en Valladolid. Fernando, disfrazado de mozo de mula, se infiltró en Castilla e Isabel, con la excusa de visitar la tumba de su hermano Alfonso, también se escapó. Finalmente se casan en el Palacio de los Vivero en Valladolid. Despúes de los festejos, Fernando con 17 años e Isabel con 18, consumaron matrimonio y posteriormente se exhibió la sábana que así lo confirmaba como dictaba la tradición. Una nueva etapa había comenzado.
La teórica ilegalidad del matrimonio acabó el 1 de diciembre de 1471, cuando el Papa del momento, Sixto IV (1471-1484), emitió la bula que lo permitía.
Una política de enlaces matrimoniales
El matrimonio se hizo con el trono de Castilla tras una guerra (1475-1479) contra los partidarios de la princesa Juana, hija del rey Enrique IV, y con el de Aragón despúes de que Fernando lo heredase al morir su padre Juan II.
Tuvieron cinco hijos con los que intentaron trazar una red de matrimonios concertados con otras potencias europeas. Éstos son los enlaces:
  • Isabel, casada con infante Alfonso de Portugal, y después con Manuel I de Portugal, primo de su primer esposo.
  • Juan, casado con Margarita de Austria y muerto prematuramente (1497).
  • Juana, se casó con Felipe de Austria (Felipe el Hermoso), hijo del emperador Maximiliano I de Austria.
  • María, casada con Manuel I de Portugal, su cuñado, al morir su hermana Isabel.
  • Catalina, se casó con el príncipe heredero de la Corona de Inglaterra, Arturo, y tras la prematura muerte de éste, con su hermano, el que más adelante sería Enrique VIII de Inglaterra.
Dato.-Enrique VIII (28 de junio de 1491-28 de enero de 1547) fue rey de inglaterra y señor de Irlanda desde el 22 de abril de 1509 hasta su muerte. Fue el segundo monarca de la casa Tudor, heredero de su padre, Enrique VII. Se casó seis veces y ejerció el poder más absoluto entre todos los monarcas ingleses.Tuvo una hija con Catalina de Aragón llamada Maria Tudor, no obstante,  Enrique solicitó aprobación del papa Clemente VII para anular el matrimonio de 24 años, con el argumento de que ella no podía concebir hijos varones y él deseaba desposar a Ana Bolena. A pesar de no ser autorizado por el Papa, Enrique siguió adelante con su idea, y se divorció de Catalina mediante una Ley del Parlamento en 1533. Esta circunstancia inició la ruptura entre la Iglesia de Roma y la Iglesia de Inglaterra, creando así la iglesia anglicana .
Aparte de Maria Tudor, tuvo a Isabel I Tudor(hija de Ana Bolena) y Eduardo VI de Inglaterra (hijo de Juana Seymur).